LIBROS MALOS DE BUENOS AUTORES

Como lectores, todos hemos sufrido la decepción de encontrarnos con ese nuevo –y generalmente esperado- libro de uno de nuestros autores favoritos que resulta ser un bluff. O un bodrio. O un pestiño, como quieran. Entonces, tras haber devorado ya suficientes páginas para rendirnos ante la evidencia de que nos hallamos frente a la caca de la vaca encuadernada, se apodera de nosotros un sentimiento a medio camino entre la frustración y el enojo.
De un vistazo, retornamos a la portada, como si tuviéramos que comprobarlo una vez más, y sí, ahí sigue la faja en la cubierta con los consabidos elogios: “obra maestra, mejor novela del autor, imprescindible…”. Y, por supuesto, todos firmados por críticos de reconocido prestigio.
Qué decir del editor, que defiende su producto por encima de cualquier otra consideración. En su caso, pues, es entendible que nos cuente la batalla de Brunete con tal de colocarlo. Como lo es que la mayoría de las editoriales, digamos, comerciales, vendan libros –y con idéntica pasión- como podrían vender yogures desnatados o tornillos de acero inoxidable, tanto da. El libro es un producto sujeto a los mismos cánones de marketing que cualquier otro, y una editorial, una empresa como las demás que depende de su cuenta de resultados. Hasta aquí, creo que convendrán conmigo en que, una vez constada esta realidad, tampoco sea como para echarse las manos a la cabeza, pues entendemos que con las cosas de comer no se juega. Ya nos lo recordaron hasta la saciedad nuestras respectivas madres y abuelas durante la infancia.
No obstante, lo que sigue sorprendiéndome es cómo, en este mundo en el que cada esquina esconde una sombra y en cada sombra sobresale un puñal, sean tan contados los casos en los que alguien del establishment literario –ya sea crítico, editor o escritor afamado- vista al rey desnudo y se atreva a llamar a las cosas por su nombre. Y oiga, si la última novela de fulatino/a, por muy bueno que sea, es mala, muy mala, peor, o simplemente regularcilla y ramplona, convendría que alguien nos advirtiese… Que no pasa nada, que nadie puede esperar que todas y cada una de las creaciones de un escritor tengan una calidad determinada de antemano, máxime cuando algunos, previamente, han puesto su propio listón muy alto, lo cual es siempre de agradecer.
De ahí que me surjan las inevitables preguntas tras esta reflexión:
¿Por qué nadie nos pone en guardia ante la aparición de libros malos aunque estos provengan de autores consagrados?¿Para qué están los críticos?
¿Por qué ese respeto sagrado a cualquier creación que provenga de un autor reconocido? Y por último, ¿deberían publicarse libros malos o fallidos por mucho que su autor haya conseguido obras notorias con anterioridad?
¿Faltan críticos independientes y honrados –la honestidad la dejaremos para cosas más íntimas- o quizás lectores con criterio y exigentes? ¿O nos encontramos, una vez más, con un trasunto del rey desnudo en versión editorial?
Javier García-Egocheaga Vergara
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