EUROPA NAUFRAGA EN GRECIA
Así son las paradojas de la historia. Europa se hunde en mitad del Egeo, el mismo mar que le vio nacer hace más de dos milenios. Y son otra vez los persas los que se ahogan en sus aguas míticas, aunque ahora no vengan a conquistarnos sino a implorar nuestro socorro.
Que la próspera Europa surgida del entendimiento, de los avances sociales y el acuerdo entre iguales, sea incapaz de gestionar un drama humanitario como el que nos atañe a raíz de la crisis de Siria -o de Oriente Medio por extensión- pone de manifiesto lo endeble de sus cimientos. Los principios que inspiraban la construcción europea se han resquebrajado al primer embate: vuelve el fantasma del egoísmo de los viejos estados, la demagogia nacionalista y reaccionaria propagada por partidos xenófobos, que medran al calor de la podredumbre moral de una parte considerable de la población comunitaria.
Las instituciones europeas, asustadas y en franca retirada ética, proponen una solución: paguemos a alguien para que nos haga el trabajo sucio. Todo un clásico.
Es una película que la hemos visto ya. Mil veces. Y sabemos cómo acaba. Al final, el malo al que han contratado pretende compadrear con los supuestos buenos, que no han querido ensuciarse las manos. Los buenos se resisten a aceptarlo como a un igual. No quieren encontrárselo en su club, ni en los lugares que consideran suyos. Detestan alternar con él o con gente como él. Entonces el malo se defiende: soy como vosotros, les espeta. Y lleva razón.
Seguro que alguien está pensando en que el malo de esta película se llama Turquía, un país que reprime con dureza a la minoría kurda, que encarcela periodistas o cierra medios de comunicación, entre otros muchos actos de desprecio a los derechos humanos.
Pero hará lo que se le pida que haga. Y cobrará por ello. En este caso ¡ay! mucho más que dinero. Europa asume que la conciencia se lava con billetes de quinientos euros: se equivoca. Turquía, mientras, se frota las manos y nos mira de frente. Le hemos dado razones suficientes. “¿Os creíais mejores que yo?”, nos preguntará con sorna.
Europa muestra sus miserias y retrocede. Tira por la borda, a las primeras de cambio, los valores de los que nos sentíamos orgullosos.
No me gusta la Europa miedosa y mezquina que paga para no mancharse las manos. Me avergüenza. Y entonces me pregunto si de verdad nuestra sociedad europea en su conjunto ratificaría con su voto acuerdos tan denigrantes como éste. Creo, espero, que no. Aunque los recientes resultados alemanes me provoquen escalofríos.
La semana pasada, en el marco del siempre fructífero Foro de Foros, en su Segundo Encuentro Intergeneracional,
hablamos, entre otros temas de gran interés, de Europa y de las posibles mejoras en la participación democrática para su construcción. Uno de los debates más interesantes lo moderó el europarlamentario Ramón Jáuregui, quien –me consta- se siente concernido en la tarea de ampliar los cauces democráticos.
Quiero pensar que aún podemos de algún modo enmendar este paso atrás. Que la democracia, que todo lo que conlleva como concepto y basamento de nuestra sociedad europea, sirva para enderezar el desafortunado rumbo que hemos tomado en esta crisis.
En castellano tenemos una palabra magnífica para expresar un deseo: ojalá. Como ustedes sabrán, un día también llegó hasta aquí por mar, como todo lo árabe. “Quiera Dios” sería su traducción, y se quedó con nosotros. Ojalá.
Javier García-Egocheaga Vergara