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EXPRESIONES COLOQUIALES QUE VAMOS OLVIDANDO

A medida que uno envejece modifica su forma de expresarse, es natural. Nuestro léxico, tanto como nuestros gestos y ademanes, evolucionan junto al siempre cambiante contexto social en el que nos desenvolvemos.

Esta adaptación hace, entre otras cosas, que términos de reciente incorporación a nuestro vocabulario reemplacen a otros con los que nos sentíamos cómodos hasta ayer mismo. Tampoco se libra la particular prosodia de cada individuo, consiguiendo, en los casos más extremos, sustituir incluso su acento original, ya sea de forma voluntaria o inconscientemente.

Casi nadie habla con cincuenta años como cuando tenía veinte. En general, y al margen de consideraciones de tipo fonético, con la edad nos expresamos con mayor riqueza y pulcritud, pero eso no impide que, como en cualquier juego de reemplazos, se produzca alguna baja y perdamos esa palabra que ahora no casa con nuestra condición, o ese término, generalmente coloquial, que ya no nos parece adecuado. Incluso podemos llegar a olvidarlo, hasta que, de pronto, lo escuchamos y sonreímos frente a la imagen que nos devuelve, siquiera por un instante, a la juventud.

Pues bien, el otro día me sorprendió escuchar a un reportero de la televisión vasca –que frisaría el medio siglo- declarar que “le daba palo” hacer tal o cual cosa. De chaval, usábamos esa expresión muy a menudo, pero creí que había desaparecido sin remedio como tantas otras de la época. Consulté el diccionario de la RAE y encontré lo siguiente:

Dar (palo).1. loc. verb. coloq. Salir o suceder algo al contrario de como se esperaba o deseaba.

Esto no corresponde al castellano que se habla en España, pero sí lo he escuchado a algún mejicano con ese significado y creo recordar que a otro hispanoamericano también, aunque no puedo precisar de qué país.

Volviendo a lo que estábamos, no sin cierta alegría, enseguida pude comprobar que, pese a su ausencia en el Diccionario, “dar palo” con el sentido de “incomodar” se mantiene vivo y lozano, aunque restringido, como probablemente lo estuviera en mi época adolescente, a una esfera juvenil. Pero lo más curioso, aparte de que, al menos en este último medio siglo no haya desaparecido ni rebasado su ámbito original, -ni, repetimos, esté recogido por la RAE-, es que, haciendo un poco de memoria, me surgió la duda: ¿Significaba siempre lo mismo o tenía, a su vez, varias acepciones?

Podías decir que “te daba palo” levantarte temprano, en el sentido de pereza, o que “te daba palo” hablar con una chica, en este caso, por timidez, como sinónimo de “dar corte”, lo que en Colombia equivaldría a “dar pena”. De este modo, en el país cafetero una persona vergonzosa sería tildada de “penosa”. Pena, no sería pues lástima, sino, vergüenza, sonrojo, timidez. “Qué pena con usted, pero…” –prepárese a lo que viene tras esta disculpa. Es como cuando en Cataluña alguien se dirige a ti y comienza exclamando “me sabe mal”: ya estás encogiéndote y adoptando la postura defensiva para aguantar la carga de caballería que te anticipan esas tres palabras.

He de confesar que, a esta hora, casi de madrugada, me daba mogollón de palo (ahora se diría “mazo de palo”) ponerme a escribir sobre algo en apariencia tan nimio como lo que traigo hoy a colación; esto de “dar palo” seguro que no pasa de ser un simple chascarrillo lingüístico, lo sé. Sin embargo, en cuanto le colocamos un artículo en medio, lo convertimos en algo muy distinto, mucho más extendido y rotundo, aunque de origen carcelario: “dar el palo”. Alumbrado por la pelambre que lo parió en los bajos fondos, no tardó en incorporarse al argot habitual del español medio, aunque tampoco lo recoge la RAE, por muy frecuente que sea su uso en este país nuestro. De hecho, si nos atenemos a las noticias que dan cuenta de los latrocinios políticos y empresariales con los que nos desayunamos a diario, tanto como la actividad que refiere.

 Javier García-Egocheaga Vergara

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